El pasado martes, 24 de mayo, tuvimos el placer de recibir en nuestra biblioteca la visita del joven escritor y exalumno Ángel L. Sucasas. Lo habíamos invitado a hablarnos, a algunos miembros de los Clubes de Lectura de novela fantástica y de novela científica, de su primera novela Hamelín (Tenerife, 23 Escalones, 2011). Con su amabilidad habitual, Ángel accedió a esta invitación que, confesaba, le hacía especial ilusión porque suponía volver a su viejo instituto pero esta vez "del otro lado del parapeto". Pero es que, además, no se conformó sólo con charlar sobre su novela. Le apetecía también comentar lo que, según él, supone la dedicación a una labor artística, sea ésta literaria, plástica, musical o hasta deportiva. Y, así, animar a quienes hoy están, como él no hace demasiado tiempo, planteándose su futuro en tiempos de crisis.
El diálogo tardó en iniciarse, pero cuando lo hizo, una vez caldeado el ambiente con el relato de sus experiencias como escritor, ya fue imparable. Se nos pasaron las dos horas de la tarde encandilados de aquella voz profunda que salía de su negra y menuda figura plagada de ambiciosos objetivos y sueños comenzados a acariciar.
Sobre su novela Hamelín algo hemos de decir nosotros a la luz de sus aclaradoras respuestas a nuestras dudas.
Como se intuye desde el título, se trata de una revisitación del cuento popular de Andersen en clave de novela fantástica y cuya versión poética de Browning le gusta especialmente al autor. A pesar de coincidir en el tiempo con otras novelas y películas que vuelven sobre el maravilloso mundo de los cuentos (como es el caso de Caperucita o Blancanieves), Ángel nos aclaró que había escrito su novela mucho antes y no llevado por esta moda. Sobre éstas, nos recomendó que, aunque lo sustancioso económicamente pueda ser subirse a una ola de éxito, es preferible ser uno mismo el que innove y genere esa misma onda.
Efectivamente el mundo de los cuentos está muy presente en su novela. Y no sólo, como es esperable, la siniestra historia del flautista que se lleva, atraídos por el poder órfico de su música, a todos los niños del lugar. También observamos una asimilación muy profunda y original de otros cuentos (Cenicienta) y novelas para público infantil, fundamentalmente de la tradición anglosajona. Es el caso de su hermosa fusión mítica con el triángulo de personajes de Peter Pan (Peter = Georges Randall, Wendy = Wendy, Capitán Garfío = Elisabeth Crane) con niños perdidos y país de Neverland incluídos (p.85-91).
Otra historia que nos encontramos en la novela es la de Charlie y la fábrica de chocolate de Roald Dahl con las explicitas referencias a la selección de niños para la mansión de Randall al estilo del billete dorado y con la comparación entre la labor de Randall y la de Wonka (p. 63). Así como la de Alicia y su paso al otro lado del espejo, con el personaje de Wicked y la secuencia del ascensor (p. 43). Por último, Dorothy y Totó nos aparecen también (p. 83) en detalles de la iconografía de la mansión.
Fue obligado hacerle la pregunta acerca del sentido de las secuencias iniciales que, en un vano intento profesoral, nos empeñábamos en relacionar con el núcleo central de la historia de la investigación sobre la desaparición de los niños. Su respuesta, como un tercer ojo, nos reveló el sentido: se trataba sólo de fragmentos de otras novelas que, como thrillers antes de la peli, nos ponen la miel en los labios acerca de otras muchas historias que nos promete la generosidad del narrador. Cómo no se lía con tantas historias simultáneas en el tintero (hasta trece) es algo que todavía nos estamos preguntando. A esa misma liberal condición responde el regalo final sobre el que le preguntó Paula: el relato del profundo Oeste, protagonizado por aquel dueño de gasolinera tan pendiente de su Dolly, eternamente dormida.
Sobre la estructura de la obra propiamente dicha, una vez despojada de los regalos de apertura y despedida, señalaremos el acierto de su combinación de géneros: por un lado, diario de la investigadora; por otro, recurrentes analepsis sobre el pasado de la ciudad de Threshold, o sobre personajes como Randall, los Crane, Wendy; y, además, viajes oníricos en busca de la "verdad". Todo ello llevado con magistral suspense tanto en los momentos de la realidad "normal" (por así llamarla), como en los de los trances experimentados por la protagonista.
Preguntado por Elisa sobre qué personaje tenía más de él mismo, Ángel nos aclaró que la compleja personalidad del Flautista, mitad gólem mitad madreteresa, es la que más se le aproxima, en el hecho de que tantas veces, queriendo hacer el bien a los que le rodean, a veces no siempre se acierta y se puede cometer muchas tonterías. Otro personaje que nos llamó la atención fue la investigadora Laura Montero, cuyos métodos cercanos a la hipnosis o los viajes astrales, en los que no cree el autor en absoluto, le sirven como metáfora de la propia literatura. Ese tercer ojo es la puerta a la fantasía, a esos mundos que la imaginación hace reales.
Esto del trance nos recuerda a uno de los métodos de escritura sobre el que Ángel nos habló: la "filosofía del vacío" que consiste en llegar a vaciarse por dentro para que sea una voz exterior, ¿de los propios personajes?, que nos susurre el camino a seguir, nos dicte las decisiones a tomar. El escritor no ha de preocuparse tanto de poner de él en sus criaturas, como de escucharles a ellos, cada uno con su personal acento que sólo ha de ser capaz de transcribir.
¿Y su manera de escribir? Cuáles son sus secretos de su rebotica. Principalmente: trabajo y disciplina. Admirable camino, tan angosta la senda, en la que un joven renuncia al sueño físico por el sueño literario. Madrugar, leer, escribir... Cada día su cuota marcada. Haya o no inspiración, que ya vendrá. Someterse a este ejercicio es la única receta.
Interrogado por Meri y Catuxa acerca de sus lecturas preferidas y sus influencias nos citó un gran clásico, Shakespeare, cuyas obras completas devoró en los años de instituto y en el que está todo, así como los grandes filósofos griegos. También valoró los cimientos de la civilización oriental como la obra de Musashi Miyamoto y su Libro de los cinco anillos. Respecto de los actuales se confiesa fanático de Stephen King, cuya lectura de Mientras escribo le supuso la revelación de su propia vocación de escritor y cuya influencia en el prólogo de Hamelín es explícita. Pero también es gran aficionado a todo tipo de literatura fantástica (El nombre del viento de Patrick Rothfuss), cómics (los de Allan Moore), poesía (Las flores del mal) y, como gran cinéfilo que es, películas (la saga de Indiana Jones).
También nos animó a quienes queremos escribir y nos dio pautas acerca del intrincado camino que abre las puertas de la publicación de una novela. Recomendó paciencia pero fe inquebrantable en uno mismo. Nos encantó saber que, los que disfrutamos de su primera novela, no estamos lejos de volver a hacerlo con otra, de más amplio recorrido, que está a punto de acabar y que combina la ciencia-ficción con la novela romántica. Deseamos que no se haga esperar demasiado.
Con un interesante intercambio de recomendaciones por parte de algunos miembros de nuestros Clubes de Lectura, como Pablo y Carolina, así como con las fotos finales, concluyó el estimulante encuentro que nos espolea a seguir en el camino: unos leyendo, otros escribiendo, siempre soñando.
Gracias por todo, Ángel, siempre serás bien recibido en tu viejo instituto que ahora es el nuestro.
